
No todos los poemas son para todos.
Algo pasó en la prepa, suspendieron clases el martes y por alguna razón regresamos hasta el jueves. El ambiente en mi casa se sentía pesado, incluso regresando a la escuela las personas hablaban menos, evitaban cruzar miradas las unas con otras, y nadie me miraba a mí.
Después del receso, regresamos al 1104 para sociología. El día se sentía con una vibra realmente densa, y parecía que era la única que lo notaba. En la entrada del salón vi sentado a un perro, uno de esos pelones con 3 pelos en el hocico y otros 3 en la cola. Siempre que se metían animales a la escuela, no faltaba el grupito de niñas que se ponían a su alrededor a ver lo “tierno” que era, así estuviera feo, pero ese día no fue el caso. Insisto, el ambiente podía ser todo menos normal.
Los lugares estaban casi asignados, siempre nos sentábamos en el mismo. Segunda fila, junto a la ventana. Ese era el mío, o bueno, donde siempre me sentaba. Busqué mi lapicero en mi mochila y al no encontrarlo, asumí que lo había olvidado en el buró de mi cuarto, entonces le pedí uno a Gabriel, pero ni siquiera volteó a verme. Preferí no molestar.
-Hoy no habrá tema, chicos. Vamos a platicar un poco-.
Toda la clase hablamos de incidentes en escuelas y cómo actuar ante distintos escenarios. Creo que me quedé dormida un momento y desperté cuando la maestra se acercó a mi lugar, puso su mano encima de mi mesa y sonrió.
Salimos y el perro seguía ahí. Comenzó a seguirme. Llegué a donde la camioneta de la escuela nos recogía. El perro se sentó junto a mí, y cuando me subí después de mis compañeros, el xolo se levantó, sacó la lengua y movió la cola viéndome fijamente. Me quedé mirando a través de la ventana mientras el auto avanzaba, y el xolo también me veía desde su lugar.
Al siguiente día, las cosas fueron exactamente igual. La mayoría de las clases eran pláticas. Ni siquiera entré a un par porque ya estaba cansada de la misma conversación. Y el xolo seguía ahí, siguiéndome a todas partes, pero nadie más parecía verlo, era como si cada quien fuera un avatar fantasma en una realidad distinta a la del resto.
Nos cambiaron la clase de educación física a última hora, pero el sol estaba muy fuerte, y aunque era lo único que levantaba el ambiente, la idea de quemarme hora y media no era mi favorita. Entonces me fui discretamente a una de las mesitas que había junto a la cancha. Y de nuevo, el xolo estaba a mi lado, pero esta vez, con una correa atada a su cuello.
Se levantó y comenzó a dar vueltas. Sujetaba con su boca la correa y la acercó a mí. La tomé y él la jaló. Supuse que solo quería regresar a su casa y que quería que alguien lo acompañara, entonces lo seguí ahora yo, sin soltar la correa.
Detrás del edificio B había un baldío. Nos saltamos una pequeña barda y seguimos caminando a través de muchísimas flores amarillas que había en el pasto. El xolo ladró y volteó al cielo, miré hacia arriba también y el destello del sol me deslumbró.
Entonces, lo entendí. Había cruzado.
Un caótico viaje mental por un acto rutinario, donde a partir de un evento personal, que tomó meses de incertidumbre para decidir que corte iban a hacer dos metales afilados (tijeras), acompañado de un debraye sobre culturas que tienen bien establecida una identidad y característica muy particular, fuera de las prendas o ideologías, con el objetivo de escoger el corte de pelo que me hiciera sentir realmente yo de nuevo.
Sabía que el amor duele, pero, ¿con un vaso de leche?
En la noche no salen los monstruos, la noche es el monstruo (a veces)
Somos desconfiados cuando nos conviene.
Qué bonita luz la de esa hora.