
Sabía que el amor duele, pero, ¿con un vaso de leche?
En la noche no salen los monstruos, la noche es el monstruo (a veces)
Happy problems02 de marzo de 2025Dicen que para dormir, primero hay que fingir que dormimos. Pero a mí me cuesta mentirme, y eso que consideraba ser buena en ese arte…
Hay noches en las que no puedo dormir, pero tampoco sé qué se supone que debería hacer con eso. Muevo una pierna, luego un brazo. Me da calor, pero me da frío. Me acomodo, pero en realidad no estoy… cómoda. Me tapo, pero la sábana pesa demasiado. Me destapo, pero siento esa tensión entre mi pie y la mano debajo de mi cama. No quiero ver el teléfono porque sé que me estimula, pero tampoco quiero quedarme sola en mi cabeza, no siempre. Esas horas intermedias son un terreno sin reglas, donde el tiempo parece avanzar distinto, más denso, más hueco.
A veces, el insomnio es como una película de recuerdos: cosas cercanas, cosas lejanas, cosas que no sabía que seguían ahí. A veces me encuentro reviviendo un momento sin importancia, otras solo duele. O noches, en cambio, que mi mente inventa historias. Me gusta imaginar qué pasaría si pudiera elegir mis sueños como si fueran canales de televisión, pero no siempre tengo control. Los domingos simplemente pienso en cosas que no debería pensar en la oscuridad, la silueta de la silla en la esquina de la sala. Y entonces me entra un poco de miedo. Me giro, me persigno y trato de no voltear.
No siempre he tenido insomnio, pero cuando llega, nunca avisa. Es como el velador de la calle, que en teoría está cada noche ahí, pero solo algunas veces escucho su silbato.
Odio tener insomnio, pero también me conflictúa dormir. Dormimos mucho. Demasiado. Alguna vez leí que pasamos 120 días al año durmiendo. ¿Cuánto tiempo es eso en una vida? Es difícil no sentir que estamos perdiendo algo. Si el sueño fuera opcional y sin consecuencias, yo lo evitaría la mayor parte del tiempo. Solo dormiría cuando tuviera ganas de soñar, de caminar esas odiseas. Pero eso no es posible, y ese es el problema.
Así que finjo. Me quedo quieta, cierro los ojos, trato de engañar a mi cuerpo. Me digo a mí misma que ya me estoy quedando dormida, que pronto será de día, que el tiempo perdido no pesa tanto. Que lo único que tengo que hacer es fingir. Fingir que duermo. Fingir que descanso. Fingir que, al menos esta noche, el insomnio no ha ganado.
Sabía que el amor duele, pero, ¿con un vaso de leche?
Un caótico viaje mental por un acto rutinario, donde a partir de un evento personal, que tomó meses de incertidumbre para decidir que corte iban a hacer dos metales afilados (tijeras), acompañado de un debraye sobre culturas que tienen bien establecida una identidad y característica muy particular, fuera de las prendas o ideologías, con el objetivo de escoger el corte de pelo que me hiciera sentir realmente yo de nuevo.
El problema no es no tener internet, el problema es no tener internet en un mundo que funciona con internet.
Un caótico viaje mental por un acto rutinario, donde a partir de un evento personal, que tomó meses de incertidumbre para decidir que corte iban a hacer dos metales afilados (tijeras), acompañado de un debraye sobre culturas que tienen bien establecida una identidad y característica muy particular, fuera de las prendas o ideologías, con el objetivo de escoger el corte de pelo que me hiciera sentir realmente yo de nuevo.
Sabía que el amor duele, pero, ¿con un vaso de leche?
En la noche no salen los monstruos, la noche es el monstruo (a veces)
Somos desconfiados cuando nos conviene.
Qué bonita luz la de esa hora.