Ay, la gente...

Somos desconfiados cuando nos conviene.

Reflexiones29 de abril de 2025Natalia BeDiNatalia BeDi

Muchos mexicanos nos hacemos pasar por difíciles, por fuertes, con una barrera inquebrantable, y sin duda, más astutos que el de junto. Juramos que no confiamos en nadie. Que desconfiamos del gobierno, de los policías, de los vecinos y de los extraños en la calle. Vivimos con la certeza de que si alguien es demasiado amable, seguro se lo agarran de menso. O que la señora que de pronto te empezó a hacer plática muy amena, no es por buena onda, probablemente te quiere vender un tupper o te quiere convencer de invertir en un negocio piramidal sin fundamento científico. 

Y sin embargo, ahí estamos, entregando las llaves de nuestro coche a un hombre con chaleco fosforescente, que por alguna razón, nos parece dignísimo de confianza. 

Nunca lo cuestioné porque crecimos con eso, al menos yo... y la mayoría de mis conocidos, supongo. Desconfiando de todos pero confiando a ciegas sin darnos cuenta. Y hace poco recordé haberlo escuchado porque no quería estacionar mi carro en un lugar donde dejara mis llaves (valet parking). Después de años, llegué a preguntarme sobre todo eso que decimos y hacemos respecto a la absurda e inocente idiosincrasia del mexicano (aunque probablemente no seamos los únicos). 

De cualquier forma, no sería la primera vez que me encontraba cara a cara con un valet parking. Un día que quería comer en un restaurante de pasta y pizzas (y ensaladas para los fits). Ahí estaba yo, con antojo y expectativas, con una reservación después de otras 4, viendo cómo mi coche desaparecía con un completo desconocido, y en su momento, tan tranquila. Como si esa persona no solo tuviera mi carro, sino acceso a mis playlist ya vinculadas (lo cual me incomoda más de lo que debería, pero ese es otro tema). Pero claro, tenía un gafete y eso bastaba.

Lo mismo pasa en los hoteles. Te dan una caja fuerte que se siente como un refugio nuclear para tus apenas $420 y un reloj que ni siquiera funciona bien y ya tiene 2 rayones que te hacen confundir la hora de vez en cuando. Pero luego, dejas la compu sobre la cama porque no cabía con lo demás y sales a turistear como si la señora de la limpieza no pudiera sencillamente tomarla y ya. Luego pasa que el máximo acto de seguridad es esconder cosas entre dos pantalones, como si alguien que está dispuesto a robar no tuviera la suficiente iniciativa para hurgar entre ropa que probablemente lleva más de una usada. Cabe recalcar que no es por pensar mal de nadie, pero creo que tampoco podemos no pensar nada en absoluto respecto a todos.

Y no sé si es peor cuando de repente, te acuerdas de que quizá no debiste dejar algo en alguna parte, y solo te consuelas pensando: “Bueno, si me lo roban, seguro no era para mí”. Porque la filosofía mexicana siempre tiene un extraño toque de resignación espiritual... o más bien moral. Somos bárbaros.

Eso sí, somos desconfiados cuando conviene. Sacamos las cosas “de valor” del carro para que no se las roben cuando lo llevamos a lavar o al taller, como si dejar el control del portón eléctrico fuera la gran estrategia de seguridad. Que bueno, ¿cómo van a saber para qué casa es, no?

Al final, creo que confiamos porque siempre ha funcionado así. Confiamos en que el chef no va a envenenarnos, el piloto no va a tirar el avión, el valet parking no se irá de vacaciones en su nuevo carro, y el plomero que entró a reparar el lava trastes no está sondeando cómo y por dónde puede entrar cuando no estemos. Porque aunque no nos guste aceptarlo, también existe esa pequeña gota de confianza colectiva que nos dice que las cosas van a salir bien.

Pero bueno, mientras tanto, ahí seguimos. Dejando la bolsa colgada en la silla del café y creyendo que con voltear cada cinco minutos es suficiente. Total, aún hay fe en la humanidad, ¿no?

Te puede interesar
Lo más visto
pelo

Te perdí para encontrarme

Jonás
Happy problems20 de noviembre de 2024

Un caótico viaje mental por un acto rutinario, donde a partir de un evento personal, que tomó meses de incertidumbre para decidir que corte iban a hacer dos metales afilados (tijeras), acompañado de un debraye sobre culturas que tienen bien establecida una identidad y característica muy particular, fuera de las prendas o ideologías, con el objetivo de escoger el corte de pelo que me hiciera sentir realmente yo de nuevo.