Una de miles cotidianidades

La vida pasa frente a nuestros ojos. ¿El problema? Que no nos damos cuenta.

Reflexiones04 de mayo de 2024 Sandra BO

Durante estos casi 22 años, la vida se ha esforzado en demostrarme y enseñarme que un "hasta mañana" es cosa del azar; puede no existir.

Vivir en el presente, no en los recuerdos, pero tampoco en los sueños. Dejar de vivir tan rápido. Marcar nuestro propio ritmo. Detenerse cuando sea necesario. No guardar un "te quiero" ni esconder un "te extraño". Aprender a detener el tiempo y disfrutar. Escuchar el silencio, observar y gozar de la nada, sentir y agradecer, porque tal vez mañana ya no esté.

Con el tiempo, he aprendido a tomar un respiro, salir de la rutina y darme ese espacio para ser consciente de mi alrededor, un trabajo que para nada es fácil. Sin embargo, a lo largo de mi vida se han cruzado situaciones que me obligan a parar, darme cuenta de dónde estoy, pero sobre todo, de todo aquello que perdí o no disfruté lo suficiente; por no ser consciente de dónde estaba y que no siempre estaría ahí. Es cuando hay un golpe de realidad y la pregunta "¿por qué?" comienza a sonar. Tristemente aún no se puede viajar en el tiempo, y lo único que queda es ser consciente de lo que tenemos y de lo que no.

Contemplar la cotidianidad. Darle importancia, valor y significado a todas esas cosas que damos por hecho y que pasamos por alto, sin darnos cuenta del valor que tienen y que no siempre estarán ahí. La vida cada vez es más rápida, y las herramientas como la tecnología, internet, redes sociales, trabajo, problemas, dinero, etc., nos hacen avanzar en automático, sin darnos cuenta de que un día puede simplemente ya no estar nada de lo que estamos acostumbrados a tener y ver; que las cosas y las personas se acaban, se cansan, se van, evolucionan o se transforman.

Estar más presentes en nuestro entorno, darnos cuenta del cambio, hacernos conscientes, dejar de ir en automático, darle espacio a la mente para imaginar, crear, recordar, extrañar, sentir. Darles valor y significado a las pequeñas cosas, dejar de dar todo por hecho.

Conectar y reencontrarse con nuestra curiosidad y sentimientos, volver a ser un niño que observa y se sorprende por lo que hay a su alrededor. Dejar a un lado la rutina y bajar la velocidad de la vida cotidiana. Que las personas se den cuenta de su entorno, que se sensibilicen, que conecten, mediten y que encuentren su propio significado, paz y demonios. Hay que aprender a parar un momento y tomar conciencia de lo que tenemos, lo que se está yendo y lo que fue.

Darnos cuenta de que la cotidianidad no es tan cotidiana si nos dejamos impresionar.

insignificancias 22Una pequeña lista

A lo largo de la historia se ha hablado sobre la contemplación, pero comencemos por conocer su significado. Según la Real Academia Española, podemos encontrarnos con distintas definiciones que ofrecen diferentes  enfoques (ASALE & RAE, 2023):

  1. Poner  la  atención  en  algo  material  o espiritual.
  2. Considerar o tener presente algo o a alguien.

Iniciando por el lado espiritual, los cristianos mencionan que es una actividad mística en la que se busca una unión íntima con Dios, sumergiéndose en una presencia divina. Algunos de sus seguidores y evangelizadores dicen que la contemplación es una experiencia transformadora y de profundo amor. Por otro lado, para el budismo, ésta es una actividad que se puede considerar cotidiana dentro de su religión, ya que la meditación se considera una forma de contemplación, y se lleva a cabo para desarrollar una comprensión profunda de la naturaleza, la realidad y la iluminación.

En la filosofía, podemos encontrar un sinfín de significados y conceptos, todo depende del pensador y de la escuela filosófica de la que se esté hablando. Aristóteles y Platón fueron de los principales filósofos en trabajar con el concepto de contemplación. Platón consideraba que era el medio para acceder al mundo de las ideas o formas, y la consideraba la ruta hacia la verdadera realidad, más allá del mundo sensible:

"... el conocimiento verdadero se obtiene contemplando."

Aristóteles denominó a la contemplación (theoria) la actividad suprema, la fuente de la verdadera felicidad (eudaimonía). La vida contemplativa es la más elevada porque se dedica a la búsqueda del conocimiento y la verdad, que son fines en sí mismos y no medios para otros fines. Es el uso más elevado de la razón.

"La actividad más elevada y el fin del uso de la razón".

Esto nace de un sentimiento provocado por un aprendizaje que ha sido presente y constante a lo largo de toda mi vida, especialmente en el último año y lo que va de este, al perder a un ser querido. La sensación de vacío que provoca esa llamada en la que te avisan que esa persona que tanto quieres, se ha ido. En donde pareciera que todo comienza a desmoronarse frente a ti y que lo único que puedes hacer es sentarte, ver al frente y perder la mirada en la nada, preguntándote el porqué, recordando, y deseando volver a todos esos momentos que comienzan a pasar por tu mente como si de una película se tratara, queriendo detenerla para entrar en ella y quedarte ahí; pero cuando te das cuenta, es demasiado tarde, porque la persona ya no está.

A lo largo del tiempo y de la historia, la relación de la contemplación y la muerte ha sido un tema desarrollado por distintas personalidades, especialmente en la filosofía. El epicureísmo, por ejemplo, nos dice que la muerte no es algo a lo que debamos temer, porque cuando estamos vivos, la muerte no está presente, y cuando ésta llega, ya no estamos para experimentarla.

Martin Heidegger argumentaba en su libro Ser y tiempo, que la auténtica comprensión de nuestra mortalidad puede llevarnos a vivir de manera más auténtica y plena.

Séneca y Marco Aurelio, representantes del estoicismo, mencionan que al contemplar la muerte, uno se da cuenta de la fugacidad de la vida, y por lo tanto se motiva a aprovechar cada momento, vivir con integridad y enfocarse en lo verdaderamente importante. "Memento mori" (recuerda que morirás). Al estoicismo, en la actualidad, se le considera una filosofía práctica para la vida cotidiana.

La contemplación en sus diversas formas, como son la meditación, observación, espiritualidad, escritura, caminar sin  rumbo,  atención  plena,  etc.,  ofrece  una  gama  de beneficios que mejoran la salud mental, emocional y, en muchos casos, física. Practicar la contemplación en la vida diaria puede permitirnos experimentar mayor calma y claridad mental, y estas prácticas ayudan a tener una mayor conexión con uno mismo, con los demás, y con el entorno, haciendo que vivamos estando presentes y valorando.

Cuando se habla de cotidianidad, dependerá de a quién se lo preguntes y del concepto y percepción que se tenga de ésta, pero se refiere a los aspectos y actividades comunes y rutinarias de la vida diaria. Estos elementos suelen ser tan familiares y repetitivos que a menudo pasan desapercibidos, pero desempeñan un papel crucial en la estructura de nuestra vida. Incluye acciones como cocinar, ir al trabajo o escuela, interactuar con familiares y amigos, realizar ciertas actividades, rutas, etc. La cotidianidad tiene un profundo impacto en nuestra existencia y puede ser una fuente de significado y reflexión.

A pesar de su trivialidad, es parte fundamental de la vida humana, ya que proporciona estructura y estabilidad. Al prestarle atención a las actividades y momentos cotidianos, podemos encontrar crecimiento personal, conexión, reflexión y significado en nuestra existencia diaria. ¿El problema? Que vivimos en un mundo que avanza tan rápido que convirtió a la cotidianidad en un piloto automático con el que vivimos a diario y del que no es fácil salir. Pareciera que tenemos que pasar por una situación que nos obligue a parar y a darnos cuenta de que es necesario tomar un respiro y disfrutar lo que tenemos, sin pensar en lo que está por venir.

“No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”.

Por experiencia propia, puedo decir que dicha frase es completamente cierta. La vida va tan rápido que nos vamos con ella sin ser conscientes de absolutamente nada; damos todo por hecho, que todo lo que es parte de nuestra cotidianidad seguirá ahí. Ignoramos cuándo comenzó a cambiar o cuando se termina. Es hasta que ya no está cuando lo notamos.

¿Cuándo fue la última vez que entrenaste sin oír música? ¿Que comiste sin tener una pantalla al frente? ¿Que te sentaste solo, con tus pensamientos? La magia ocurre si le damos espacio para que exista.

Ser consciente y comenzar a recuperar lo perdido, aprender a parar, tomar un respiro y simplemente dejar que la vida pase frente a nosotros, mientras nosotros la disfrutamos.

Hace dos años y medio llegué a vivir a Monterrey, una ciudad con una mentalidad y estilo de vida demasiado rápidos y caóticos, una ciudad que me atrevo a decir que no es para todos, y que, si no tienes la suficiente agilidad, te absorbe y te consume, porque pareciera otra realidad.

Soy alguien que durante 20 años vivió en una ciudad muy pequeña en el estado de Veracruz, donde la vida es mucho más tranquila y lenta, donde las distancias son cortas y no pasas más de 10 minutos en el tráfico, o puedes llegar de un lugar a otro caminando por las calles. Es un lugar en el que, si te detienes 5 minutos a mirar el cielo, no retrasas todo tu día.

Llegar a Monterrey me hizo salir de mi zona de confort y darme cuenta de lo rápida que es la vida aquí, y que si no llevas el mismo ritmo, probablemente es porque ya vas tarde. Pero desde el primer momento supe que no quería dejarme absorber por la ciudad, que quería seguir saliendo a caminar y tratar de escuchar los pájaros, sentarme a ver pasar los carros, tomarme el tiempo de apreciar las montañas, edificios, aprender y conocer los caminos, ver el atardecer y ver caer la noche, sorprenderme de mi alrededor, darme cuenta de los cambios que hay, observar y disfrutar de esos momentos en los que se siente como si se apagaran los pensamientos y concentrarse en lo que estás viendo y tan solo disfrutarlo.

Fue a principios del año pasado cuando me di cuenta de que todo eso que dije que no quería y que no permitiría, que la ciudad me absorbiera, no lo estaba logrando. Comencé a vivir rápido, sin ser consciente de nada a mi alrededor, enfocándome en el objetivo sin ver a los lados, sin tomar un respiro. Pero un día recibí una llamada de mi papá dándome una noticia que hasta el día de hoy desearía que fuera mentira, y me vi obligada a detener todo por completo, tomar el primer avión, ir a mi ciudad y enfrentar la realidad. Darme cuenta de lo rápido que estaba viviendo y de lo inconsciente que estaba siendo de mi entorno.

Querer regresar en el tiempo, repetir todos esos momentos y querer quedarse ahí para siempre, disfrutando; lamentablemente es algo que no se puede. Los siguientes meses mi salud mental y emocional me obligaron a dejar de vivir tan rápido y comenzar a prestarle atención a mi alrededor, agradecerlo y disfrutarlo, porque la vida en cualquier momento nos puede arrebatar todo.

Tan solo pasaron un par de meses para recibir el siguiente golpe. La diferencia fue que esta vez pude estar presente esos últimos 18 días, y los disfruté, agradecí, me entregué. Fui consciente de cada instante y fui notando cómo se iba terminando el tiempo, como si de una vela se tratara, y ésta estuviera por terminarse.

El día que sucedió, sentí paz por haber podido estar esos días y disfrutarlos por completo, siendo presente en cada instante. Pero, por otro lado, el dolor, la tristeza y la nostalgia me invadían, con un pensamiento constante: ojalá siempre hubiera sido así. Ese momento me hizo darme cuenta de que no quería seguir viviendo en piloto automático, siguiendo solo una rutina, sin conectar con los demás, con mi entorno, sin darme cuenta de mi alrededor. Me hice aún más consciente de lo bien que nos hace ser presentes, observar, disfrutar, pero sobre todo, valorar.

Hace tan solo unos días, volví a recibir una llamada con otra mala noticia, pero esta vez, y a pesar del dolor que siento por no poder haber estado, me siento tranquila, porque, si alguien me enseñó a estar presente, fue él y su inquietud, que no me permitían estar en automático, pero que también me enseñó a contemplar con cada paseo en donde decidía sentarse a observar a las personas, y dejar que el tiempo corriera sin prisa alguna.

Contemplar la cotidianidad es fruto de muchos aprendizajes a lo largo de mi vida, en donde me puse a prueba y fue una autoevaluación de si estaba cumpliendo y aplicando lo aprendido. Salir a caminar por las calles de Monterrey y encontrarme con nuevos lugares o revisitar algunos otros, pero darme la oportunidad de redescubrirlos y conectar con ellos, ser consciente de lo que pasa y lo que no, pero sobre todo, observar y conocer todos esos rincones de los que no era consciente. Sentir y darme cuenta cómo hay unos cuantos rebeldes que prefieren llevar su propio ritmo, y afirmar que el filósofo Mateus Ruzzarin tiene razón al decir que

“los niños juegan mucho y los adultos trabajan mucho, es lo único que cambia al crecer…”.

 

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